"El Gaúcho. (Recuerdos de un policía)" - Cuento del reconocido escritor realiquense Carlos Rodrigo

on sábado, 2 de junio de 2012

- Cuando desaté el caballo que me esperaba, pacientemente, frente a la comisaría, según mi fiel reloj de bolsillo eran las 10 de la mañana. Apoyé mi pie izquierdo en el brillante estribo de la montura y, ésta, al recibir mis 85 kilos, hizo un leve crujido.
Al paso lento de mi alazán comencé a andar las primeras cuadras de ese viaje por varias chacras vecinas que debía recorrer llevando las solicitudes que nos había hecho llegar el Ministerio de Agricultura, para que todos los chacareros que quisieran comprar lanzallamas para combatir las mangas de langostas, que ese año los tenían a maltraer, pudieran hacerlo.
Era octubre. En los solares baldíos algunos chañares mostraban orgullosos los amarillos y espumosos copos de sus flores. SEGUIR LEYENDO.-

Sí, era octubre. Más precisamente el viernes 19 de octubre de 1945. Lo recuerdo como si fuera hoy porque, una hora antes, había llegado el tren de pasajeros desde Buenos Aires y, en grandes titulares, el diario La Época del día anterior informaba: “DESDE LA HISTÓRICA PLAZA DE MAYO MÁS DE UN MILLÓN DE CIUDADANOS ACLAMÓ PRESIDENTE AL CNEL. PERÓN”, y, más abajo –al lado de un retrato del coronel – destacaba: “Coronel JUAN DOMINGO PERÓN – Líder del Pueblo-“. Lo recuerdo muy bien porque esa hoja del diario aún la conservo en la caja donde guardo mis fotos familiares.
Tomé el camino paralelo a la vía rumbo al paso a nivel que queda yendo para Realicó. Las arenosas calles del pueblo estaban casi desiertas, y el azul intenso del cielo parecía diluirse en el verde oscuro de los eucaliptos de las últimas casas. El sol ya comenzaba a “picar” como un bichito molesto y persistente; hacía transpirar mi frente, y ésta humedecía el gastado tafilete de la gorra; ¡para colmo la Jefatura todavía no nos había hecho llegar el uniforme de verano!.
Los paraísos y la cina cina de la quinta de Ávila mostraban con orgullo el verde de su incipiente follaje. Crucé las vías del paso a nivel y comenzaron a verse los primeros campos. Amarilleaban los sufridos
triguitos que parecían estar pidiendo a gritos algún chaparrón salvador que los reviviera...
Casi instintivamente miré hacia arriba para ver si observaba algún indicio de tormenta, pero sólo unas nubecitas algodonadas se recortaban contra la intensa luminosidad del cielo. La forma de una de éstas me hizo recordar la foto del hongo atómico que hacía poco más de un mes había salido publicada en La Nación cuando fueran devastadas las ciudades de Nagasaki e Hirosima.
¡Ésas sí que fueron catástrofes!. Comparándolas, ¡qué pequeña me parecía ahora la amenaza de las langostas voladoras!.
Estaba ensimismado en esos pensamientos cuando el ruido de las llantas de un sulky, que costosamente trataba de trepar la loma de toscas del camino, atrajo mi atención. El pobre caballo, trabajosamente, fue subiendo la cuesta; es que, ese día, el peso era mayor, porque, en el antiguo rodado venían; Ludovico Ramello, Teresa –su mujer- y también el “Gaúcho”.
Ciro Vieira – el “Gaúcho”, como lo habían apodado a poco de llegar- era relativamente nuevo en la zona y se adivinaba en él –por su piel retinta y otros rasgos faciales- su descendencia de antiguos esclavos africanos.
Había nacido en la región de Río Grande del Sur (Brasil) allí donde el país del Amazonas se tutea con las costas de Argentina y Uruguay.

Comentaba la gente del pueblo que el “Gaúcho” había llegado a La Pampa “esquivándole el bulto” a la milicia cuando escuchó, en su país, el rumor de que el gobierno andaba buscando entre los jóvenes del campo, futuros reclutas para incorporar a las fuerzas aliadas que combatirían en Italia en esa Segunda Guerra Mundial que recientemente había llegando a su final.
Logró escapar a tiempo y rumbeó para estos lados porque lo unía un parentesco con José García –más conocido por el “Negro” García-; un mulato que Don Alfonso Ayerza habían traído de Buenos Aires y estaba como mensual de su Estancia “La Pitanguá” , en las cercanías de Maisonnave, pequeño pueblo del norte de La Pampa.
Muchos de sus amigos, que se quedaron, formaron parte del pelotón de héroes que integrando el Comando de la Fuerza Expedicionaria
Brasileña, ayudaron a derrotar a los alemanes en el monasterio de Montecasino y otros parajes de la Italia montañosa; aquellos pracinhas que se cubrieron de gloria para siempre...
El “Gaúcho”, cuando llegó a Maisonnave estuvo trabajando un tiempo de cocinero en “La Pitanguá” pero, después, por la amistad que había hecho con Ramello, en el boliche donde siempre se juntaban los domingos a jugar al truco o a las bochas, terminó yéndose con éste, de peón, a la chacra que Ludovico había heredado de su tío.
.
Cuando nos cruzamos, el saludo amistoso de los tres se mezcló con el mío y quedó flotando en el aire caliente de la mañana. No era sábado ni domingo para que fueran al pueblo como ellos acostumbraban a hacerlo, pero el avanzado estado de embarazo de la mujer de Ramello me hacía suponer que querrían aprovechar la presencia en Maisonnave del Dr. Canestro; que todos los viernes venía de Realicó para atender en su improvisado consultorio de la Fonda de “Tucho”.
Taloneé a mi malacara para apurar el trote, y dos golondrinas que parecían estar cuchicheando en entretenida reunión sobre el inmenso pentagrama que formaban los hilos telegráficos, se espantaron de golpe y comenzaron a romper el aire con sus elegantes vuelos. En el campo de enfrente, una pareja de pechos colorados le ponía pinceladas de fuego a los mil matices que me rodeaban.
Repasé mentalmente la lista de los chacareros a visitar: Poggio, Pascualetto, Bellone, Bertone, Garello, Rostagno, Ibañez, Garrone, Bobbiessi...; así que, para antes de las seis de la tarde no estaría de vuelta...

..................

El regreso se hizo más pausado. Mi alazán malacara se había ganado un buen descanso; por eso, apenas regresé a la comisaría le saqué la montura y lo llevé hasta el bebedero. Mientras bebía lo bañé para refrescarlo y después lo solté en el campito de al lado para que se recuperara de la fagina del día.
Cuando diez minutos más tarde le estaba dando las novedades al subcomisario Laborde sobre mí recorrida, un ruido de pasos y de voces
penetraron con violencia por el pasillo y llegaron hasta donde nosotros nos encontrábamos.
-¿Qué pasa, agente Leguizamón? preguntó el subcomisario.
-Es el negro Santillán, mi subcomisario. Dice que en el boliche de él, Ludovico Ramello mató de una puñalada al “Gaúcho”. -
-¿Y por qué fue? interrogó Laborde mientras se levantaba rápidamente de la silla.
-No se sabe, mi subcomisario-
-Haga pasar a Santillán para que nos dé más informaciones agente-
El alto y delgado cuerpo de Santillán traspuso la puerta de la oficina y de dos trancos se plantó frente al subcomisario que, expectante, esperaba la palabra del hombre. Con los ojos aún desorbitados por la trágica escena que había presenciado momentos antes y un tartamudear de palabras que le salían a borbotones a través de sus dientes desparejos, el hombre trataba de explicar lo sucedido.
-...Y cuando Ramello entró al salón de mi boliche, lo hizo como una tromba. Con el cuchillo en la mano se abrió paso entre los presentes, y entre un desparramo de sillas y de mesas dijo, a los gritos:
-¡”Gaúcho” hijo de puta! ¡Date vuelta, que ésta me las pagás!, y cuando el “Gaúcho”, que estaba tomando una Quilmes en el mostrador, se dio vuelta, le clavó el cuchillo hasta el mango!; nadie sabe por qué habrá sido el asunto...
Poco más sabía Santillán, y el móvil del ataque de Ramello era todo un misterio.
Minutos después, cuando ingresamos al boliche, el cadáver del “Gaúcho” ya había comenzado a enfriarse sobre el ensangrentado piso de madera y Ludovico Ramello, apoyado contra el mostrador; con la vista perdida entre las patas de una mesa a la cual, tal vez, tantas veces se acodó para jugar al truco de compañero con el “Gaúcho”, casi como un autómata nos entregó el cuchillo.
-¡Usted, agente Leguizamón, vaya a la telefónica y haga avisar al comisario Basualdo, de Realicó, que venga inmediatamente- ordenó decididamente Laborde. –Usted, cabo Toledo, vaya hasta la Fonda de “Tucho”; todavía tiene que estar allí el doctor Canestro; ¡dígale, por favor, que venga!-

...............

Cuando llegué a lo de “Tucho”, el Dr. Canestro estaba despidiendo a su último paciente, así que, de inmediato me hizo pasar y le di la novedad de la tragedia que había hecho trizas en un momento la rutinaria quietud de la tarde pueblerina y, a manera de comentario expresé:
-Lo que nadie sabe, ni se imagina doctor, es el móvil del ataque.
El doctor Canestro se quedó pensativo unos instantes. Con movimiento casi mecánico tomó su maletín de urgencias y levantó la vista que clavó, sin ver, en la descolorida pared de la habitación que le servía de precario consultorio. Desde allí, los sonrientes personajes de Molina Campos que parecían querer escapar del almanaque de Alpargatas, hacía casi grotesca la escena del momento.
-Usted no se lo imagina, cabo- me dijo tras una larga pausa –Yo sí -.
La voz calma pero preocupada del médico siguió resonando en la habitación.
-Hoy atendí de parto a la mujer de Ramello, que quedó descansando en la casa de doña Catalina. Fue un varón...y el muchachito nació con los típicos rasgos africanos del “Gaúcho”...

*- Gracias Carlos Rodrigo, por esta colaboración para *CulturaPampa.-

1 comentarios:

Impacto Informativo Realicó dijo...

Grande querido Carlos. Además de un amigo, que es lo mas importante, sos un excelente escritor. Cacho