- Cuando desaté el caballo que me esperaba, pacientemente, frente a la
comisaría, según mi fiel reloj de bolsillo eran las 10 de la mañana.
Apoyé mi pie izquierdo en el brillante estribo de la montura y, ésta, al
recibir mis 85 kilos, hizo un leve crujido.
Al paso lento de
mi alazán comencé a andar las primeras cuadras de ese viaje por varias
chacras vecinas que debía recorrer llevando las solicitudes que nos
había hecho llegar el Ministerio de Agricultura, para que todos los
chacareros que quisieran comprar lanzallamas para combatir las mangas de
langostas, que ese año los tenían a maltraer, pudieran hacerlo.
Era octubre. En los solares baldíos algunos chañares mostraban orgullosos los amarillos y espumosos copos de sus flores. SEGUIR LEYENDO.-
Sí, era octubre. Más precisamente el viernes 19 de octubre de 1945.
Lo recuerdo como si fuera hoy porque, una hora antes, había llegado el
tren de pasajeros desde Buenos Aires y, en grandes titulares, el diario
La Época del día anterior informaba: “DESDE LA HISTÓRICA PLAZA DE MAYO
MÁS DE UN MILLÓN DE CIUDADANOS ACLAMÓ PRESIDENTE AL CNEL. PERÓN”, y,
más abajo –al lado de un retrato del coronel – destacaba: “Coronel JUAN
DOMINGO PERÓN – Líder del Pueblo-“. Lo recuerdo muy bien porque esa hoja
del diario aún la conservo en la caja donde guardo mis fotos
familiares.
Tomé el camino paralelo a la vía rumbo al paso a
nivel que queda yendo para Realicó. Las arenosas calles del pueblo
estaban casi desiertas, y el azul intenso del cielo parecía diluirse en
el verde oscuro de los eucaliptos de las últimas casas. El sol ya
comenzaba a “picar” como un bichito molesto y persistente; hacía
transpirar mi frente, y ésta humedecía el gastado tafilete de la gorra;
¡para colmo la Jefatura todavía no nos había hecho llegar el uniforme de
verano!.
Los paraísos y la cina cina de la quinta de Ávila
mostraban con orgullo el verde de su incipiente follaje. Crucé las vías
del paso a nivel y comenzaron a verse los primeros campos. Amarilleaban
los sufridos
triguitos que parecían estar pidiendo a gritos algún chaparrón salvador que los reviviera...
Casi instintivamente miré hacia arriba para ver si observaba algún
indicio de tormenta, pero sólo unas nubecitas algodonadas se recortaban
contra la intensa luminosidad del cielo. La forma de una de éstas me
hizo recordar la foto del hongo atómico que hacía poco más de un mes
había salido publicada en La Nación cuando fueran devastadas las
ciudades de Nagasaki e Hirosima.
¡Ésas sí que fueron catástrofes!. Comparándolas, ¡qué pequeña me parecía ahora la amenaza de las langostas voladoras!.
Estaba
ensimismado en esos pensamientos cuando el ruido de las llantas de un
sulky, que costosamente trataba de trepar la loma de toscas del camino,
atrajo mi atención. El pobre caballo, trabajosamente, fue subiendo la
cuesta; es que, ese día, el peso era mayor, porque, en el antiguo rodado
venían; Ludovico Ramello, Teresa –su mujer- y también el “Gaúcho”.
Ciro Vieira – el “Gaúcho”, como lo habían apodado a poco de llegar-
era relativamente nuevo en la zona y se adivinaba en él –por su piel
retinta y otros rasgos faciales- su descendencia de antiguos esclavos
africanos.
Había nacido en la región de Río Grande del Sur
(Brasil) allí donde el país del Amazonas se tutea con las costas de
Argentina y Uruguay.
Comentaba la gente del pueblo
que el “Gaúcho” había llegado a La Pampa “esquivándole el bulto” a la
milicia cuando escuchó, en su país, el rumor de que el gobierno andaba
buscando entre los jóvenes del campo, futuros reclutas para incorporar a
las fuerzas aliadas que combatirían en Italia en esa Segunda Guerra
Mundial que recientemente había llegando a su final.
Logró
escapar a tiempo y rumbeó para estos lados porque lo unía un parentesco
con José García –más conocido por el “Negro” García-; un mulato que Don
Alfonso Ayerza habían traído de Buenos Aires y estaba como mensual de
su Estancia “La Pitanguá” , en las cercanías de Maisonnave, pequeño
pueblo del norte de La Pampa.
Muchos de sus amigos, que se
quedaron, formaron parte del pelotón de héroes que integrando el Comando
de la Fuerza Expedicionaria
Brasileña, ayudaron a derrotar a los
alemanes en el monasterio de Montecasino y otros parajes de la Italia
montañosa; aquellos pracinhas que se cubrieron de gloria para
siempre...
El “Gaúcho”, cuando llegó a Maisonnave estuvo
trabajando un tiempo de cocinero en “La Pitanguá” pero, después, por la
amistad que había hecho con Ramello, en el boliche donde siempre se
juntaban los domingos a jugar al truco o a las bochas, terminó yéndose
con éste, de peón, a la chacra que Ludovico había heredado de su tío.
.
Cuando nos cruzamos, el saludo amistoso de los tres se mezcló con el
mío y quedó flotando en el aire caliente de la mañana. No era sábado ni
domingo para que fueran al pueblo como ellos acostumbraban a hacerlo,
pero el avanzado estado de embarazo de la mujer de Ramello me hacía
suponer que querrían aprovechar la presencia en Maisonnave del Dr.
Canestro; que todos los viernes venía de Realicó para atender en su
improvisado consultorio de la Fonda de “Tucho”.
Taloneé a mi
malacara para apurar el trote, y dos golondrinas que parecían estar
cuchicheando en entretenida reunión sobre el inmenso pentagrama que
formaban los hilos telegráficos, se espantaron de golpe y comenzaron a
romper el aire con sus elegantes vuelos. En el campo de enfrente, una
pareja de pechos colorados le ponía pinceladas de fuego a los mil
matices que me rodeaban.
Repasé mentalmente la lista de los
chacareros a visitar: Poggio, Pascualetto, Bellone, Bertone, Garello,
Rostagno, Ibañez, Garrone, Bobbiessi...; así que, para antes de las seis
de la tarde no estaría de vuelta...
..................
El regreso se hizo más pausado. Mi alazán malacara se había ganado un
buen descanso; por eso, apenas regresé a la comisaría le saqué la
montura y lo llevé hasta el bebedero. Mientras bebía lo bañé para
refrescarlo y después lo solté en el campito de al lado para que se
recuperara de la fagina del día.
Cuando diez minutos más tarde
le estaba dando las novedades al subcomisario Laborde sobre mí
recorrida, un ruido de pasos y de voces
penetraron con violencia por el pasillo y llegaron hasta donde nosotros nos encontrábamos.
-¿Qué pasa, agente Leguizamón? preguntó el subcomisario.
-Es el negro Santillán, mi subcomisario. Dice que en el boliche de él, Ludovico Ramello mató de una puñalada al “Gaúcho”. -
-¿Y por qué fue? interrogó Laborde mientras se levantaba rápidamente de la silla.
-No se sabe, mi subcomisario-
-Haga pasar a Santillán para que nos dé más informaciones agente-
El alto y delgado cuerpo de Santillán traspuso la puerta de la
oficina y de dos trancos se plantó frente al subcomisario que,
expectante, esperaba la palabra del hombre. Con los ojos aún
desorbitados por la trágica escena que había presenciado momentos antes y
un tartamudear de palabras que le salían a borbotones a través de sus
dientes desparejos, el hombre trataba de explicar lo sucedido.
-...Y
cuando Ramello entró al salón de mi boliche, lo hizo como una tromba.
Con el cuchillo en la mano se abrió paso entre los presentes, y entre un
desparramo de sillas y de mesas dijo, a los gritos:
-¡”Gaúcho”
hijo de puta! ¡Date vuelta, que ésta me las pagás!, y cuando el
“Gaúcho”, que estaba tomando una Quilmes en el mostrador, se dio vuelta,
le clavó el cuchillo hasta el mango!; nadie sabe por qué habrá sido el
asunto...
Poco más sabía Santillán, y el móvil del ataque de Ramello era todo un misterio.
Minutos después, cuando ingresamos al boliche, el cadáver del
“Gaúcho” ya había comenzado a enfriarse sobre el ensangrentado piso de
madera y Ludovico Ramello, apoyado contra el mostrador; con la vista
perdida entre las patas de una mesa a la cual, tal vez, tantas veces se
acodó para jugar al truco de compañero con el “Gaúcho”, casi como un
autómata nos entregó el cuchillo.
-¡Usted, agente Leguizamón,
vaya a la telefónica y haga avisar al comisario Basualdo, de Realicó,
que venga inmediatamente- ordenó decididamente Laborde. –Usted, cabo
Toledo, vaya hasta la Fonda de “Tucho”; todavía tiene que estar allí el
doctor Canestro; ¡dígale, por favor, que venga!-
...............
Cuando llegué a lo de “Tucho”, el Dr. Canestro estaba despidiendo a
su último paciente, así que, de inmediato me hizo pasar y le di la
novedad de la tragedia que había hecho trizas en un momento la rutinaria
quietud de la tarde pueblerina y, a manera de comentario expresé:
-Lo que nadie sabe, ni se imagina doctor, es el móvil del ataque.
El doctor Canestro se quedó pensativo unos instantes. Con movimiento
casi mecánico tomó su maletín de urgencias y levantó la vista que clavó,
sin ver, en la descolorida pared de la habitación que le servía de
precario consultorio. Desde allí, los sonrientes personajes de Molina
Campos que parecían querer escapar del almanaque de Alpargatas, hacía
casi grotesca la escena del momento.
-Usted no se lo imagina, cabo- me dijo tras una larga pausa –Yo sí -.
La voz calma pero preocupada del médico siguió resonando en la habitación.
-Hoy
atendí de parto a la mujer de Ramello, que quedó descansando en la casa
de doña Catalina. Fue un varón...y el muchachito nació con los típicos
rasgos africanos del “Gaúcho”...
*- Gracias Carlos Rodrigo, por esta colaboración para *CulturaPampa.-
"El Gaúcho. (Recuerdos de un policía)" - Cuento del reconocido escritor realiquense Carlos Rodrigo
Impacto Informativo Realicó on sábado, 2 de junio de 2012
1 comentarios:
Grande querido Carlos. Además de un amigo, que es lo mas importante, sos un excelente escritor. Cacho
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